Desde los orígenes de la humanidad, nuestros antepasados como también ha ocurrido con el resto de los organismos vivos se han ido transformando y adaptando al ambiente generando una gran diversidad de vida. Las mujeres, al igual que los hombres, han sido parte activa de ese maravilloso proceso que es la evolución biológica y que, en nuestra especie, ha forjado la humanidad moderna.
Asimismo, las mujeres también han contribuido a desvelar con su trabajo científico el largo camino dibujado por la prehistoria humana, demostrando que este campo de investigación no es exclusivo de autores masculinos, aunque muchas veces en los ecos del debate así lo parezca.
En suma, ellas no han sido en este ámbito sujetos pasivos: han contribuido a lo que hoy somos porque biológicamente han evolucionado; y han contribuido a conocer ese proceso evolutivo porque científicamente han investigado con rigor.
La arqueóloga británica Mary Nicol Leakey (1913-1996), hoy admitida entre las personas de su tiempo que con mayor fiabilidad han estudiado nuestro pasado distante, representa un meritorio ejemplo de excelente investigación. Los extraordinarios fósiles y herramientas que excavó sirvieron de revulsivo a un significativo reto: empezar a pensar la evolución humana de forma diferente.
Trabajando intensamente bajo el cálido sol africano en yacimientos de Kenia y Tanzania, esta singular mujer contribuyó a que el mundo prestara atención al escenario que fue África oriental durante los orígenes de la humanidad. La opinión de notables especialistas coincide al precisar que los descubrimientos antropológicos y paleontológicos más significativos del siglo XX difícilmente podrían haberse excavado sin la exactitud y la tenacidad de Mary Leakey.
A la edad de 23 años, la joven Mary Nicol se casó con el brillante antropólogo Louis Leakey, hijo de misioneros británicos, nacido en Kenia en 1903 y formado en Cambridge. A comienzos de 1937, partieron hacia Kenia, donde Mary pasaría el resto de su vida, salvo cortos viajes a Europa y Estados Unidos.
La científica ha narrado en su autobiografía que desde el primer momento se quedó fascinada con el este de África, recordando que después de ver aquellos sitios ella nunca volvió a ser la misma. Jamás se cansó de esos lugares. África fue su sueño hecho realidad y se convirtió para ella en objeto continuo de estudio. La apasionada arqueóloga pasó la mayor parte de su vida en excavaciones, y en más de una ocasión ha manifestado su gusto por la vida al aire libre, comentando: «Si se me da la oportunidad, prefiero vivir en una tienda de campaña que en una casa».
Los esfuerzos de esta especial investigadora gozaron de un notable éxito. Por ejemplo, a finales de 1947, regresó a Londres llevando el primer fósil importante que había encontrado, con el fin de que los expertos británicos lo examinaran. Se trataba del cráneo de un simio muy antiguo (unos 18 millones de años), que pasó a ser uno de los ejemplares más famosos del mundo (de los hoy sólo se conocen tres).
La aparición pública de Mary Leakey como investigadora generó un gran revuelo entre la comunidad de especialistas y el público en general. Su emergencia como científica de primera línea resultó totalmente inesperada. Un periódico publicó una breve biografía suya subrayando que «Ella es una arqueóloga por derecho propio, no es el primer descubrimiento importante que realiza». Fue el comienzo del reconocimiento a su capacidad como investigadora.
De vuelta a África, Mary Leakey, mujer de gran independencia y autonomía, se instaló a vivir en la garganta de Olduvai, al norte de Tanzania, donde pasó largos años. Este lugar, que antiguamente fue un lago, hoy es un barranco erosionado de unos 100m de profundidad, cuyos acantilados albergan numerosos fósiles y gran profusión de herramientas de piedra.
Y fue en la Garganta de Olduvai donde la historia de la búsqueda de humanos fósiles en África oriental dio un vuelco drástico el 17 de julio de 1959. Ese día Mary Leakey descubrió el primer homínido esteafricano: un australopiteco (hoy denominado Paranthropus boisei). El hallazgo se presentó a la comunidad científica en 1960 y los expertos quedaron maravillados, no sólo por el fósil en sí, sino también porque en el sitio donde se había encontrado se amontonaban restos de herramientas de piedra, lo que inducía a pensar que se trataba de su productor.
Desde la perspectiva actual, puede afirmarse que el descubrimiento de la Garganta de Olduvai sacudió al mundo. Despertó el interés por los orígenes de la humanidad en el este de África no sólo entre los expertos sino también entre el público en general. El fósil se hizo tan famoso que, debido a la gran dentadura que presentaba, la prensa popular lo bautizó como el cascanueces. Al respecto, Mary Leakey comentaba a una periodista de Scientific American: «Estaba muy excitada con el hallazgo […]. Por alguna razón ese cráneo atrapó mi imaginación. Pero lo que también hizo, y esto resultó muy importante desde nuestro punto de vista, fue atraer la atención de la National Geographic Society, que nos dio fondos durante años. Fue muy estimulante.»
De hecho, el hallazgo de Olduvai señaló los comienzos de la paleoantropología en el sentido moderno. El ritmo de las exploraciones se aceleró y al equipo de Mary Leakey se unieron geólogos, anatomistas y otros especialistas, que potenciaron el surgimiento de una fructífera aproximación multidisciplinar.
A lo largo de 14 años siguientes (1960-1974), Mary Leakey, en algunos casos acompañada de su marido pero la mayoría de las veces sin él, realizó un conjunto de descubrimientos de gran trascendencia en la búsqueda de los orígenes de la humanidad. La garganta pasó a ser su hogar permanente y el sitio donde más a gusto se sentía. Aquí dedicó su tiempo a investigar, a escribir y a disfrutar de su amor a la soledad.
Como responsable de sucesivas expediciones, dotadas con fondos del National Geographic Society, la científica contrató a un grupo de trabajadores nativos para que colaboraran estrechamente con ella. Todos vivirían en la Garganta, donde construyeron un campamento permanente. Como responsable de la excavación Mary Leakey era muy estricta, pues exigía una dedicación absoluta de sus trabajadores y no perdonaba fácilmente los errores. Ella se esforzaba como todos, se levantaba muy temprano en las frías madrugadas y era capaz de cavar con un pico igual que un hombre.
Los nativos a su cargo, procedentes de sociedades patriarcales en las que las mujeres sumisamente obedecían a los hombres, se quedaban auténticamente petrificados ante las severas maneras de la investigadora. Para ellos era totalmente diferente de las mujeres que habían visto hasta el momento, blancas o nativas, pero muy pronto aprendieron a obedecerla y a respetarla. Muchos de estos nativos entrenados por Mary Leakey se convirtieran con el tiempo en personas altamente especializadas, expertos muy hábiles como buscadores de fósiles o herramientas. Se hicieron muy conocidos con el nombre de «La Banda de Homínidos», y han llegado a ser protagonistas de libros y artículos científicos.
El equipo de Mary Leakey encontró miles de restos fósiles de diversos tamaños y también de artefactos de piedra. Exploraron cada centímetro del terreno hasta el más mínimo detalle. Con esta información la científica publicó innumerables y valiosos trabajos que constituyeron el registro de las culturas de la edad de piedra más largo y continuado que ningún otro arqueólogo hubiese llevado a cabo hasta el momento. Los expertos han considerado que esta tarea originó una nueva dimensión de la investigación paleolítica.
En el año 1968, la Universidad de Johannesburgo concedió a Mary Leakey su primer título honorario: el Doctorado en Ciencias. La científica exteriorizó su satisfacción diciendo: «Es para mí un gran honor […], y a pesar de que nunca he buscado distinciones académicas, me proporciona un cálido sentimiento, sobre todo porque procede de una universidad africana.» El galardón se le otorgaba en reconocimiento a «la originalidad de su pensamiento y a sus importantes innovaciones en el campo de la arqueología […]. Sus méritos alcanzan niveles tan altos que no pueden omitirse», señalaba el prestigioso paleoantropólogo sudafricano Phillip Tobias.
En el año 1974, Mary Leakey dio por terminado su pormenorizado estudio sobre la garganta de Olduvai y decidió explorar otro sitio: Laetoli, situado en el Gran Valle del Rift a sólo unos 45 kilómetros al sur de Olduvai, pero del que difiere enormemente ya que se trata de un lugar volcánico donde el viento y el agua han erosionado el paisaje. En este sitio fue donde la investigadora realizó el que para muchos fue su descubrimiento más importante.
Durante la campaña estival de julio de 1978, Mary Leakey y su equipo excavaron en Laetoli depósitos de cenizas volcánicas y hallaron una senda de huellas de pisadas humanas con una antigüedad comprendida entre 3,4 y 3,8 millones de años. Su apariencia era tan moderna que todos quedaron profundamente sorprendidos. Las huellas fósiles resultan muy difíciles de hallar y, en general, se valoran mucho porque tienen una gran fuerza evocadora. Es como lanzar una mirada rápida e inesperada sobre el comportamiento homínido, algo que los huesos fosilizados raramente revelan.
En la primavera de 1979, la arqueóloga publicó un artículo sobre las valiosas pisadas en la prestigiosa revista Nature, que no sólo le dedicó la portada sino también 6 páginas. El trabajo estremeció a la comunidad científica, además de asombrar al público en general. La misma Mary Leakey, poco amiga de grandes declaraciones, reconocía: «Creo que se trata del descubrimiento más importante en la evolución humana». La comunidad de expertos refrenda hoy que esas pisadas del norte de Tanzania, clasificadas «entre los descubrimientos arqueológicos más fascinantes realizados en el siglo XX», constituyeron el hito que coronó con justicia las décadas de trabajo de Mary Leakey en el África oriental.
La perseverante científica continuó en sus excavaciones hasta 1983. En estas fechas se retiró a su casa en las afueras de Nairobi, y se dedicó principalmente a la escritura. En 1984 publicó su autobiografía, que alcanzó una gran aceptación entre los lectores. Este éxito venía a sumarse a los numerosos premios recibidos por la científica a lo largo de su vida: diversos doctorados honoríficos, la prestigiosa medalla de oro de Linneo, la medalla de Hubber, menciones de la Sociedad Geográfica Nacional, de la Sociedad Geológica de Londres y de la Real Academia Suiza.
A los 83 años de edad, esta gran dama de la arqueología, como la ha llamado la escritora Virginia Morell, murió en su casa de Nairobi el 9 de diciembre de 1996. El mundo entero lamentó su pérdida. Alan Walker, de la Universidad de Pennsylvania, que investigó junto a ella durante mucho tiempo, la recordaba escribiendo: «Su vida fue un gran logro. Estaba entre las personas originales del mundo […] por sí misma desarrolló técnicas de excavación y arqueología descriptiva en África. La suya fue una vida extraordinaria».
Referencias
- Holoway, M.: Entrevista realizada a Mary Leakey en 1993
- Leakey, M. (1984). Disclosing de Past. An Autobiography. Doubleday & Company, Inc. New York
- Martínez Pulido, C.: Mary Leakey, desenterrando el pasado, 2010
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.
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