El caso de Theo Colborn

Vidas científicas

Theo_Colborn_(1927-2014)Ha muerto, a los 87 años, Theo Colborn. Había nacido en 1927 y murió el pasado 14 de diciembre de 2014. Theodora Emily Decker nació en Plainfield, Nueva Jersey, el 28 de marzo de 1927. A los 20 años, en 1947, obtuvo su titulo en Farmacia en la Universidad Rutgers y se casó con su compañero de estudios Harry Colborn. La pareja abrió una farmacia en Newton, Nueva Jersey y pronto creció su negocio con otros tres locales y, también su familia, con cuatro hijos, dos chicos y dos chicas. Parece la historia de una ama de casa típica de la época y del lugar, los Estados Unidos de la postguerra.

En 1962 y buscando un cambio en sus vidas, vendieron su negocio y marcharon al oeste, hasta Colorado. Abrieron una farmacia y se dedicaron a la cría de ovejas. Años más tarde, en los setenta, Theo Colborn tuvo sus primeros problemas relacionados con el medio ambiente cuando una mina de carbón contaminó el río local y, sospechaba nuestra protagonista, provocó problemas sanitarios a quienes bebían sus aguas.

Así, en 1978, con 52 años y queriendo saber más sobre el entorno, volvió a la universidad. Como declaró años más tarde, “deseaba mejorar mi educación para intentar deshacer algunos de los errores que mi generación había impuesto a la sociedad”. Obtuvo en 1981 el máster en ecología de agua dulce en la Universidad Estatal de Colorado. Su tesis de máster trató de insectos acuáticos como indicadores de salud ambiental de ríos por su capacidad de acumular cadmio y molibdeno. Y consiguió en 1985, con 58 años, el título de Doctora en Zoología en la Universidad de Wisconsin en Madison. En su tesis estudió la acumulación de cadmio en el insecto de agua dulce Pteronarcys. Para entonces había enviudado pues Harry, su marido, había muerto en 1983. Viuda, con sus hijos ya casados y fuera de casa, casi en los sesenta y con el doctorado en Zoología, decidió iniciar una nueva carrera profesional y marchó a Washington. Es indudable que esta historia ya no es la de una típica ama de casa como antes nos parecía.

Unos años más tarde, en 1988, después de trabajar para el Congreso y para el Gobierno de Estados Unidos, estaba contratada por la ONG World Wildlife Fund (WWF) como científica y revisaba bibliografía para un libro que preparaba la organización sobre la fauna de los Grandes Lagos. Descubrió que 16 especies que se alimentaban de peces de los lagos tenían problemas en la reproducción. Parecían sanos pero sus crías eran débiles o deformes o no vivían mucho o, incluso, simplemente no había descendencia.

Colborn propuso que había algo en el agua de los lagos que interfería con la reproducción y que, quizá, actuaba sobre el sistema endocrino modificando la acción de las hormonas que intervienen en la reproducción. Consiguió que, en 1991, 21 científicos de diferentes disciplinas se reunieran en Racine, Wisconsin, en el Wingspread Conference Center, para compartir sus hallazgos. Colborn sospechaba que muchos de los que habían detectado cambios en la fauna de los lagos y habían publicado sus resultados no se conocían ni compartían directamente sus hallazgos. Eran tan variados los efectos sobre el sistema endocrino que su estudio parecía pertenecer a diferentes disciplinas. Por ello, Theo Colborn organizó la reunión en el Wingspread.

Se alcanzó un consenso que incluía la presencia demostrada en el medio de compuestos que interfieren el sistema endocrino, y que su acción provoca numerosos cambios en los organismos y, sobre todo, en relación con la reproducción y el desarrollo. Además, detallaban varias líneas de investigación con más estudios básicos, selección de especies centinela, trabajos de campo, estudios de laboratorio para desvelar los mecanismos de actuación de los compuestos implicados, y efectos a largo plazo y de generación en generación. Y, por supuesto, aparece por vez primera el concepto de disruptor endocrino, o sea, compuesto que interfiere con el sistema endocrino.

El primer párrafo de las conclusiones dice:

Algunos compuestos introducidos en el medio ambiente por la actividad humana son capaces de interferir el sistema endocrino de animales, incluyendo peces, fauna en general y humanos.

Más adelante, detallan:

Un gran número de productos químicos fabricados por el hombre han sido vertidos al medio ambiente, y tienen el potencial para interferir el sistema endocrino de los animales, incluyendo los humanos. Entre ellos están los compuestos organoclorados, persistentes y bioacumulativos, incluyendo algunos pesticidas (fungicidas, herbicidas e insecticidas) y productos químicos industriales, otros productos sintéticos y metales.

Años más tarde, en 1996 y en una entrevista para la televisión, Theo Colborn recordaba esta época. Todavía vivía en Washington y la era de los disruptores estaba en sus inicios. Así recordaba:

Estaba trabajando en un libro sobre el estado del medio ambiente en los Grandes Lagos. Conseguí un buen montón de artículos para revisar: de los becarios que trabajaban en Canadá, de un investigador en el Lago Superior y de muchos más, incluso algunos muy al norte, en el Lago Ontario. Todos habían publicado sus trabajos en diferentes revistas y ninguno de ellos sabía lo que hacían los demás.

En realidad, me encontraba en una posición maravillosa en la que tenía toda la información. Estaba claro que algo ocurría. Fue fácil para mí utilizar una hoja de cálculo en la que colocaba el nombre de la especie en la columna Y los efectos que en esa especie se habían detectado en la columna X. Así vi que, en la misma especie, había graves problemas con disminución de la población e, incluso, en algunos lugares la total desaparición.

Además, como su formación no era la tradicional en los científicos, digamos, del sistema académico y de aquella época, Theo Colborn, con su carácter e iniciativa, utilizaba conceptos poco habituales:

Observé todos mis datos desde una perspectiva totalmente diferente. Allí había endocrinología y había toxicología y, sobre todo en esta última disciplina no estaba formada. Me había formado en farmacología hasta que volví a la universidad con muchos años para obtener el doctorado. Fue entonces cuando empecé a ir a cursos de toxicología.

Y también sus ideas sobre la ciencia, el método científico, el análisis de resultados y, en último término, sobre la filosofía de la ciencia eran, inevitablemente, distintas y originales. De nuevo, ella misma nos lo cuenta:

En la comunidad científica, entre los científicos, domina el reduccionismo. Y nunca he sido reduccionista. Siempre procuro construir un escenario extenso y este enfoque siempre me ha planteado problemas. Por ejemplo, con mi tribunal de tesis. Tenían problemas conmigo.

La misma Theo Colborn firmó en 1993 un artículo de síntesis sobre disruptores endocrinos que se publicó en una revista internacional sobre asuntos del medio ambiente. Allí expresaba su convencimiento de que existían una serie de contaminantes que rompían el buen funcionamiento endocrino tanto en experimentos de laboratorio como en el campo. Son, y los describe por vez primera en un medio de difusión para científicos de todo el mundo, los disruptores endocrinos.

Añade que ya en 1991, cuando empezaba a sospechar de su existencia, catalogó unos 500 compuestos con posible actividad disruptora. Por entonces, el número de sustancias químicas, artificiales o naturales, que se habían identificado y registrado era de unos 8 millones. Y de ellas, solo del 0.01% se conocían sus efectos. Han pasado más de dos décadas y, en la actualidad, cualquier persona de cualquier parte del mundo tiene en su cuerpo, por lo menos, más de 500 de esas sustancias. Según Theo Colborn, antes de 1920 nadie las tenía. También ignoramos cuantas sustancias con posibilidad de ser disruptores endocrinos están el mercado y, además, en nuestro entorno.

En 2003, dejó el WWF y fundó su propia ONG, la Endocrine Disruption Exchange o TEDX, dedicada a reunir y difundir evidencias científicas sobre los disruptores endocrinos. Y en 2006 se trasladó a vivir a Paonia, en Colorado.

A partir de 2009 empezó a difundir a través de TEDX los riesgos químicos del fracking o fracturación hidráulica. Por ejemplo, en 2014 y fue su último artículo publicado en vida, dio a conocer una investigación sobre la calidad del aire y el riesgo para la salud de las personas que vivían en el entorno de los pozos de fracking. En la revisión que Colborn hace de lo que hasta ahora sabemos, encuentra que 30 de los compuestos, entre los que no está el metano extraído, son disruptores endocrinos. El origen de los contaminantes es múltiple: el propio gas que se extrae, el equipo que se utiliza en la perforación y extracción, los productos químicos que se incluyen en el líquido inyectado para provocar la fracturación, los productos químicos que se utilizan en la limpieza y mantenimiento de los equipos, y, finalmente, los productos que salen a la superficie con el líquido inyectado y el gas extraído.

En conclusión, Theo Colborn aconseja que los efectos de estos contaminantes deben ser estudiados en detalle pues la industria del fracking opera muy cerca de viviendas y de zonas de interés ecológico.

Para terminar y como resumen de una vida apasionante y poco convencional, un texto de Theo Colborn incluido en una publicación de 1996 que quizá nos aclare lo que pensaba y las razones de su trabajo en relación con el medio ambiente. Esto es lo que supone la contaminación en nuestra sociedad y en nuestro modo de vida, según Theo Colborn:

Uno no puede quedarse sentado sin volar porque el avión use sustancias contaminantes o dejar de filmar porque los productos químicos de que depende la película causen problemas endocrinos. ¿Cómo tener en cuenta este problema si por lo menos 70000 productos químicos están en uso cotidiano hoy en día? El problema va al corazón de nuestra economía y de nuestras vidas.

Esta es la historia de un ama de casa norteamericana que, después de criar cuatro hijos y quedarse viuda, ya en la cincuentena, hizo el doctorado en zoología e inició una carrera profesional en la ciencia y en la conservación del medio ambiente. Una mujer que también demostró que en ciencia se pueden, y se deben, superar barreras.

Referencias

  1. Colborn, T., K. Schultz, L. Herrick & C. Kwiatkowski. 2014. Air pollution and natural gas operations. Human and Ecological Risk Assessment 20: 86-105.
  2. Colborn, T., F.S. vom Saal & A.M. Soto. 1993. Developmental effects of endocrine-disrupting chemicals in wildlife and humans. Environmental Health Perspectives 101: 378-384.
  3. Corbett, J.B. 2001. Women, scientists, agitators: Magazine, portrayal of Rachel Carson and Theo Colborn. Journal of Communication 51: 720-749.
  4. Garza Almanza, V. 2014. Theo Colborn: senectud, ciencia y ambiente. Revista de Salud Ambiental 14: 67-68.

Sobre el autor

Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

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