Anna Weber van Bosse, primera científica en una expedición oceanográfica y estudiosa de los arrecifes de coral

Vidas científicas

A finales del siglo XIX partía del puerto de Ámsterdam un pequeño barco llamado Siboga con destino a Indonesia, hoy considerado uno de los archipiélagos más bellos del mundo, que en aquellos años estaba bajo administración alemana con el nombre de Dutch East Indies Archipelago. El viaje tenía una finalidad científica: estudiar la fauna y la flora marina siguiendo un proyecto de investigación auspiciado por la Sociedad Holandesa para el Avance de la Investigación Científica (Society for the Advancement of Scientific Research in the Netherlands’ Colonies), proyecto que acabó de diseñarse en 1896.

Cuando el Siboga partió, en marzo de 1899, transportaba un equipo científico dirigido por el acreditado zoólogo alemán Max Wilhelm Carl Weber (1852-1937) y su esposa, la destacada bióloga marina experta en algas Anna Antoinette Weber-van Bosse (1852-1942); ella ocupaba un cargo independiente como ficóloga (estudio de las algas). La inclusión de una científica en el equipo tuvo un notable significado porque fue la primera mujer en formar parte de una gran expedición oceanográfica, que concluyó el 26 de febrero de 1900.

Anna Weber-van Bosse y Max Wilhelm Carl Weber (hacia 1890). Wikimedia Commons.

Subrayamos que Anna Antoinette Weber-van Bosse era una mujer con una personalidad muy singular. Había nacido el 27 de marzo de 1852 siendo la menor de los cinco hijos de Jacob Theodor van Bosse (1811-1894) y de Jacqueline Jeanne Reynvaan (1813-1856), una familia adinerada que vivía en el centro de Ámsterdam. Su padre, como ha descrito la doctora en historia de la ciencia de la Universidad de Wisconsin Emily Hutcheson, poseía una compañía aseguradora de barcos. Su madre, ama de casa, murió cuando ella solo tenía tres años de edad, quedando la educación de la niña a cargo de una institutriz suiza.

Desde una edad muy temprana, acompañada por su institutriz visitaba regularmente el Artis Zoo (zoológico de Ámsterdam), donde podía ver animales y plantas exóticos, lo que estimuló en ella un gran interés por el mundo vivo. Cuando tenía 19 años de edad se casó con un rico industrial, Lord Wilhem Willink van Collen, que murió unos años después, en 1878.

En 1880, Anna van Bosse empezó a frecuentar cursos de biología en la Universidad de Ámsterdam. Entre los profesores a cuyas clases asistió destaca el fisiólogo vegetal Hugo de Vries (1848-1935), gran botánico que más tarde se convertiría en uno de los codescubridores de las leyes de la herencia de Gregor Mendel (1822-1884). En aquellos años, a las estudiantes mujeres (eran tres en total) se les permitía incorporarse a las clases, pero debían esperar hasta que el profesor entrara en el aula para luego acceder ellas. Realizar los trabajos prácticos, sin embargo, requería que las alumnas acudiesen a un laboratorio separado de sus compañeros varones, según ha descrito Emily Hutcheson.

En la Universidad de Ámsterdam, van Bosse conoció a un profesor de anatomía comparada recién contratado, Max W. C. Weber (1852-1937). En 1883, precisamente el día que Anna cumplía 31 años, la pareja contrajo matrimonio, según relata la página web del Royal Netherlands Institute for Sea Research.

Debido a las notables dificultades con las que debían enfrentarse las mujeres para conseguir ser aceptadas en los centros de trabajo, el matrimonio proporcionó a Anna Webe-van Bosse la posibilidad de realizar una buena carrera científica. En los años siguientes, la pareja emprendería numerosos viajes científicos. Por ejemplo, pasaron tres veranos en el norte de Noruega, los que permitieron a la joven Anna Weber realizar sus primeras publicaciones al tiempo que enriquecía el valioso herbario sobre algas que estaba elaborando, mientras que Max Weber estudiaba la anatomía de las ballenas.

Brillante especialista en algas

Desde sus comienzos, la carrera de Anna Weber-van Bosse alcanzó muy buenos resultados. De hecho, el segundo artículo que publicó en 1887, fue premiado con la medalla de oro de la Dutch Association for Sciences. Trataba sobre las algas unicelulares que viven en estrecho contacto con otras especies. A partir de entonces, la joven investigadora iría labrando cuidadosamente su especialidad en estos vegetales.

Anna Weber-van Bosse. Wikimedia Commons.

Recordemos que alga es el término empleado para hacer referencia a un numeroso y diverso grupo de organismos; incluyen un amplio rango de formas que abarcan desde diminutas microalgas unicelulares, como Chlorella o las diatomeas, hasta las especies gigantes multicelulares de algas pardas que pueden crecer hasta los cincuenta metros de longitud. La mayor parte son acuáticas.

En 1899, Anna Weber-van Bosse se incorporó como botánica a la citada expedición a bordo del HM Siboga. Durante este extraordinario viaje se dedicó principalmente al estudio de la flora marina; entre sus principales objetivos estuvo el alga verde marina llamada Caulerpa. También prestó especial atención a las algas coralinas. Se trata de un grupo de algas rojas que se encuentran en el mar cumpliendo un papel importante en la ecología de los arrecifes de coral.

Antes de continuar, recordemos que los arrecifes de coral están formados por diminutos animales marinos, semejantes a las medusas, llamados pólipos, que tienen forma de vaso provistos de tentáculos. Millones de estos pólipos viven juntos, interconectados durante generaciones, y segregan carbonato de calcio formando un esqueleto calcáreo externo (exoesqueleto) en el que apoyan y protegen sus cuerpos, y que constituye la estructura del arrecife.

Los pólipos de los corales albergan en sus tejidos algas microscópicas fotosintéticas, lo que genera una relación simbiótica de la que ambos se benefician. Mientras los pólipos proporcionan a las algas un hábitat adecuado para su desarrollo, éstas, que normalmente son rojas debido a un tipo de pigmento que enmascara la clorofila, generan la mayor parte de la materia orgánica necesaria para la supervivencia de la colonia. El éxito de esta simbiosis es tal que los arrecifes pueden crecer veinte centímetros al año, formando uno de los ecosistemas más diversos de la Tierra.

La comunidad científica ha llegado a entender los arrecifes de coral siguiendo una compleja historia. Dado que tradicionalmente los arrecifes se han considerado rocas o bancos de arena situados a poca profundidad de la superficie del agua, los estudios iniciales estuvieron enfocados a su estructura geológica y a su distribución geográfica, prestando poca atención a sus funciones vitales. La citada Emily Hutcheson ha descrito que «solo a partir de finales del siglo XIX, los ficólogos empezaron a realizar serios trabajos sobre el papel de las algas en los arrecifes de coral».

Los y las especialistas en el tema admiten hoy que la ficóloga Anna Weber-van Bose ha sido principalmente quien redirigió el debate sobre los arrecifes de coral desde estructuras geológicas a unidades vivas, dando así forma al concepto moderno de ecosistemas de arrecife, o sea, la aceptación científica de los arrecifes de coral como ecosistemas vivos. A partir de sus trabajos, hoy se conoce que tales arrecifes constituyen más del 25 % de toda la vida marina, configurando un sistema altamente diverso que figura entre los más resistentes a las condiciones cambiantes del planeta. Es por ello que representan áreas claves de la biosfera.

Los valiosos resultados de un fructífero viaje

Green marine algae, Anna Weber-van Bosse,
Monograph 59a, Siboga-expeditie, 1913.
Fuente: Linda Hall Library.

La expedición en el barco Siboga (1899-1900) fue el viaje más importante realizado por Anna Weber-van Bosse y su marido. La científica, siguiendo las normas occidentales de la época, logró hallar y describir numerosas especies de algas tropicales hasta entonces desconocidas. Es de interés recordar que la británica Ethel Barton Gepp (1864-1922), experta en ficología e investigadora del Departamento de Botánica del Museo Británico de Historia Natural y del Jardín de Kew, colaboró con Anna Weber en la clasificación de algunos grupos de algas procedentes de la expedición (Emily Hutcheson, 2021).

El viaje a Indonesia, sobre todo, permitió a nuestra ficóloga llevar a cabo su contribución a la ciencia más sobresaliente: desenmarañar el citado papel de las algas en los arrecifes de coral. Con sus precisas observaciones, consiguió añadir importantes conocimientos botánicos a la vida vegetal en dichos arrecifes, descubriendo además la magnitud que éstos pueden alcanzar.

El geólogo Albert E. Theberge ha subrayado que desde el punto de vista biológico la expedición del Siboga tuvo un sonoro éxito. Anna Weber-van Bose realizó tantos descubrimientos que incluso se pudo incorporar a la botánica un nuevo género de algas; y para más gloria, el total de hallazgos dio lugar a la publicación de más de sesenta artículos. En este contexto, el 22 de diciembre de 1922 la prestigiosa revista Nature reconocía la importancia del trabajo apuntando que «la serie de publicaciones sobre esta expedición […] que está saliendo a la luz desde 1902, constituye una contribución a la ciencia escasamente superada en importancia».

De vuelta a Holanda, Anna Weber y su marido se trasladaron en 1922 al estado de Eerbeek, ciudad de la provincia de Gelderland en los Países Bajos. Desde aquí, la científica realizó numerosas publicaciones durante los siguientes diez años. Asimismo, escribió una monografía sobre las algas coralinas titulada Corallinaceae (1904), y cuatro volúmenes bajo el encabezamiento de Liste des algues du Siboga (1913-1928), como ha detallado la profesora de química e historia de la ciencia en diversas universidades de Canadá y Estados Unidos, Mary R. S. Creese (1935-2017).

Anna Weber-van Bosse también elaboró un relato popular sobre el viaje a Indonesia con la intención de proporcionar una perspectiva completa, con sus éxitos y sus percances, sobre la vida diaria en una expedición científica. Con el título de Un año a bordo de H. M. Siboga (A year on board H.M. Siboga), apunta por ejemplo, una anécdota acerca de su actividad de campo sobre los arrecifes de coral, mencionando que «mientras trabajaba, mi larga falda mojada entorpecía mis movimientos». También anota que como era la única mujer a bordo, tenía una tarea adicional, «alrededor de las cinco de la tarde, habitualmente servía el té para los caballeros» (Royal Netherlands Institute for Sea Research).

Foto de grupo tomada en la cubierta de Siboga. En el centro se encuentra Anna Weber-van Bosse,
a su derecha está Max Weber y justo delante está su Baboe, su doncella personal. Wikimedia Commons.

Anna Weber-van Bosse y Max Weber permanecieron en Eerbeek durante el resto de sus vidas, estudiando en los laboratorios de su casa, escribiendo y hospedando amigos científicos procedentes de su país, del resto de Europa, de la India y de Estados Unidos. Fueron tantos los visitantes que acudieron a Eerbeek para debatir y consultar resultados que la ciudad se hizo conocida como «la capital botánica de Holanda», según ha relatado Emily Hutcheson.

Cabe también resaltar que Anna Weber van Bosse se mostró muy dispuesta a ayudar a otras mujeres científicas, y diligentemente mantuvo correspondencia con muchas ficólogas y con numerosas estudiantes. Tal actividad impulsó su figura hasta convertirla en un referente para las jóvenes con intereses científicos.

La elevada calidad del trabajo de Anna Weber-van Bosse fue reconocida durante su vida, llegando a ser una respetada investigadora en biología marina a nivel internacional. Uno de sus galardones más apreciado fue recibir el 28 de enero de 1910 un doctorado honorario por la Universidad de Utrecht, que la convertía en la primera mujer de los Países Bajos en recibir tal honor. En 1935, recibió uno de los honores más importantes de su país, la Order of Orange-Nassau (en alemán: Orde van Oranje-Nassau), galardón entregado a «todo aquel que haya realizado actos con un mérito especial para la sociedad» (Wikipedia).

La última publicación de Anna Weber-van Bosse salió en 1932, cuando tenía 80 años de edad. Poco después donó su colección, que contenía 50 000 especímenes de algas, al National Herbarium de la Universidad de Leiden. La científica falleció en 1942, a la edad de 90 años. Sus excelentes trabajos sobre algas marinas han sido reconocidos como una de las aportaciones más significativas al ámbito de la ficología.

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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