El estereotipo de las mujeres en la ciencia

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Empezaré por el final. Este será un texto al que se puede dar la vuelta y leer empezando por la última palabra. En 2018, Alexandra Garr-Schultz y Wendi Gardner, de la Universidad del Noroeste en Evanston, Estados Unidos, publicaron su estudio sobre las presentaciones personales de las científicas para explicar sus investigaciones y currículum a sus colegas.

Imagen: Pixabay.

En primer lugar, con 240 voluntarias mayores de 24 años y trabajando en empleos STEM, averiguan que tienen diferentes estilos y objetivos cuando se presentan a un grupo de colegas que cuando lo hacen para un grupo de mujeres. Buscan mayor cercanía ante las mujeres y ser más competentes ante los colegas. Incluso, en un segundo estudio con 169 voluntarias, cambian el contenido de la presentación cuando es ante un tribunal STEM formado por tres hombres y una mujer. Si el tribunal lo forman personas ajenas al STEM o, si ignoran su composición y origen, las voluntarias sienten que su presentación es más auténtica.

En conclusión, la conducta de la mujeres STEM en un contexto de su disciplina, en general con más hombres, implica que deben maniobrar con estrategias muy meditadas para comunicar sus logros. Según las autoras, a menudo da la impresión de que las científicas tienen una identidad como STEM y otra como mujeres, y deciden cual resaltar según el contexto. Para ellas, son los estereotipos de mujer y de científica los que modulan su comportamiento.

Quizá una de las evidencias que nos ayuda a entender el cambio de estrategia en las presentaciones es que, en los títulos y resúmenes de sus publicaciones, presentan sus resultados con términos menos positivos que los científicos STEM. Marc Lerchenmueller y sus colegas, de la Universidad de Mannheim, en Alemania, lo estudian con la revisión de los títulos y resúmenes de 101 720 artículos sobre investigación clínica publicados entre 2002 y 2017. Anotan 25 términos de los títulos y resúmenes por su significado positivo. Entre ellos están novedad, único, prometedor, favorable, excelente, destacado, apoyo, y así hasta 25.

En el 10,9 % de los artículos firmados por científicas aparece por lo menos uno de estos términos mientras que, si lo firman hombres, el porcentaje sube al 12,2 %. Las mujeres utilizan novedad, único y prometedor. Y los científicos utilizan apoyo y enorme.

En resumen, los hombres usan términos positivos en su trabajo un 12,3 % más. Si la revista que publica el estudio es de gran impacto, de más prestigio, el uso de términos positivos baja el 21,4 % en las científicas. Por tanto, los científicos hombres resaltan más que las científicas mujeres la importancia de sus trabajos. O, por el contrario, las científicas promocionan menos los resultados de sus investigaciones. Quizá confían menos en su trabajo, o son más prudentes al darlos a conocer. Y, por ello, en sus presentaciones destacan menos el mérito de sus estudios.

Una consecuencia importante para la carrera de las científicas es que, tanto la menor utilización de términos favorables como la diferencia en las presentaciones, atraen a menos lectores lo que supone que los textos de las científicas se leen menos y llegan a menos colegas. Según Marc Lerchenmueller, las publicaciones en las revistas clínicas llegan a un 9.4 % más de lectores si se utilizan términos positivos, y en las revistas de más impacto y prestigio a un 13 % más de lectores.

Esta menor difusión de sus publicaciones es habitual que influya en la carrera de las científicas. La LERU, o Liga Europea de Investigación en Universidades, en una revisión publicada en 2018, concluye que este sesgo de género se detecta en el acceso a cursos y, especialmente, en fondos para investigación y salarios, y en el acceso a puestos de poder en la organización académica.

Hace unos años, en 2008, María Jesús Izquierdo y sus colegas, de la Universidad Autónoma de Barcelona, publicaron los resultados de su estudio sobre el sesgo de género en la universidad española. Y llegaron a conclusiones parecidas a las de la revisión de la LERU.

Sin embargo, cuando este sesgo de género se manifiesta, conoce y difunde en la institución, puede quedar mitigado y es posible superarlo y eliminarlo. Deben hacerlo las instituciones como tales, con el empuje de sus líderes, y se debe conseguir que se instale en la cultura institucional.

En las mujeres, y también en las científicas, influyen los estereotipos de género en la percepción de sí mismas, en su propia percepción de lo que pueden o deben hacer. Una Tellhed y Caroline Adolfsson, de la Universidad de Lund, en Suecia, escribían en 2018, que, aunque hombres y mujeres son psicológicamente similares y tienden a hacer con iguales resultados la mayoría de los tests de habilidades, hombres y mujeres tienen una visión diferente de sus propias competencias.

Las mujeres tienden a aceptar y sentir los estereotipos de género lo que, a su vez, les hace dudar de su capacidad de las habilidades que se consideran dominio de los hombres. Por ejemplo, en las ingenierías o en las matemáticas o, incluso en los deportes pues los hay para todos y todas y, algunos, se afirma que son “de hombres”.

En cambio, los hombres se consideran capacitados, es obvio, en lo que se incluye en el estereotipo de hombre pero, también, en lo que se dice es “cosa de mujeres”. Esto crea diferencias de género en los estereotipos sobre la habilidad y percepción de determinadas competencias. Aunque los tests no muestren diferencias entre hombres y mujeres.

Los estereotipos de género aparecen pronto en los niños. El estudio de Lin Bian y su grupo, de la Universidad de Illinois en Champaign, indica que, ya a los seis años, las niñas empiezan a dudar y aceptan menos que son tan inteligentes como los niños de su edad. A esa edad, comienzan a evitar actividades que se consideran para niños verdaderamente inteligentes. El ensayo lo hacen con 96 niños de entre cinco y siete años, y la mitad son niñas.

A los seis años, los niños todavía no van a la escuela y, por ello, los autores proponen que estos estereotipos de género se construyen en el entorno familiar. Además, dan importancia a la influencia de lo que llaman regla de modestia por la que se enseña a las niñas, desde bebés, a no alardear de sus habilidades y, por el contrario, se anima a hacerlo a los niños.

Este es el final de la historia de los estereotipos de género, desde los adultos a los bebés, y viceversa.

Referencias

Sobre el autor

Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

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