El caso de Emily Rosa

Ciencia y más

Emily Rosa (1998). Imagen: Wikimedia Commons.

El 1 de abril de 1998 (Día de los Inocentes, según el calendario anglosajón), la revista de la Asociación Médica Estadounidense, la prestigiosa Journal of American Medical Association, publicó un artículo de seis páginas que hizo historia en varios aspectos. La segunda firmante del artículo, Emily Rosa, tenía entonces once años y se convirtió en la autora más joven que había publicado en la revista en su centenaria historia. Además, el Libro Guinness de los Récords de 1999 la proclamaría como la autora más joven en publicar en una revista científica con revisión previa por árbitros iguales.

Y, en segundo lugar, el tema del artículo era un estudio que demostraba que una de las técnicas más conocidas de la medicina alternativa, el toque terapéutico o reiki, no tenía ninguna base científica.

Según los expertos en el toque terapéutico, el cuerpo humano emite una energía magnética que provoca un halo energético a su alrededor que se puede sentir pasando las manos a unos centímetros de la piel. Así se puede detectar cuando el campo magnético no es el habitual y diagnosticar enfermedades y tratarlas. El reiki lo inventó en 1922 el monje budista japonés Mikao Usui.

Emily Rosa, que entonces tenía nueve años, vio un documental de Dolores Krieger, profesora jubilada de la Universidad de Nueva York y la más conocida divulgadora del toque terapéutico en Estados Unidos, creado según la doctrina del reiki de Mikao Usui. Había formado en el reiki a más de 47 000 personas. En el documental afirmaba que sentía el campo magnético del cuerpo humano como tibio y gelatinoso y con textura de tafetán.

La joven investigadora aprovechó la feria anual de ciencias de su colegio para planear un experimento con el objetivo de comprobar las afirmaciones de Dolores Krieger. Es sencillo y consiste en una mesa, no muy grande, en un lado una silla para sentar al voluntario, y en el otro lado, una silla para Emily Rosa. En el centro de la mesa, un tablero vertical fabricado con el cartón de una caja de embalaje, impide que se vean el voluntario y Emily Rosa y, en ese tablero, hay dos orificios para que el voluntario pase sus dos manos hacia la parte donde se sienta Emily Rosa. Cuando el voluntario pasa las manos por los orificios, Emily Rosa hace un sorteo y, según el resultado, coloca su mano a unos centímetros de la mano izquierda o la mano derecha del voluntario que, a su vez, debe decir sobre cuál de sus manos ha colocado Emily Rosa la suya si, como afirma, es capaz de detectar el campo magnético de la experimentadora.

Dibujo representando el experimento de Pat Linse (Skeptics Society). Extraído del artículo de Linda Rosa et al.

El experimento se hizo en dos fases. En la primera, en 1996, quince voluntarios expertos en el toque terapéutico pasan el experimento en sus casas o lugares de trabajo y en diferentes días. En la segunda fase, en 1997, trece practicantes de reiki, incluyendo a siete que habían participado en la primera fase, pasan por el experimento el mismo día. Además, en esta segunda fase los voluntarios saben que les están filmando. En ambas fases, los voluntarios repiten el paso de las manos por el tablero de diez a veinte veces. Los voluntarios declararon ser expertos en reiki con una experiencia que iba de uno a veintisiete años. Se dice que aceptaron participar en el experimento de Emily Rosa porque no vieron ningún peligro en una niña de nueve años.

Los expertos aciertan 123 de 280 pasos de las manos por los orificios del tablero o, en porcentaje, el 44%, muy cerca del 50% que serían los resultados al azar. Por tanto, la conclusión es que los expertos en toque terapéutico no detectan el campo magnético de la investigadora y que este fallo implica que la base fundamental del reiki no se puede demostrar, que no existen evidencias científicas que lo apoyen y que, por tanto, su uso profesional no está justificado. No se ha hecho o, por lo menos, no se ha publicado ningún estudio que tenga como objetivo cuestionar el experimento de Emily Rosa.

Los firmantes del artículo, además de Emily Rosa, eran Linda Rosa, la madre de Emily Rosa y enfermera; Larry Sarner, padrastro de Emily Rosa y autor de la estadística del estudio; y Stephen Barrett, médico, autor del texto del artículo y el que animó a la publicación del experimento. Tanto Linda Rosa como Larry Sarner llevaban años organizando campañas contra el uso en clínica del toque terapéutico.

Composición de imágenes con momentos del experimento (extraídas de este video).

Sobre el artículo y la controversia que provocó su publicación, George Lundberg, editor del Journal of American Medical Association, declaró que la edad no es importante; la buena ciencia es lo importante, y esto es buena ciencia. El artículo fue cuestionado sobre todo por la estadística utilizada y, en consecuencia, por la conclusión sobre el reiki a la que lleva. Un ejemplo son los artículos de Thomas Cox, de la Universidad de Virginia Commonwealth en Richmond. No entro en detalles puesto que los comentarios de Cox necesitan un experto en estadística pero, en ningún caso, la metodología del experimento o los resultados se rechazan explícitamente. Ni tampoco hay datos nuevos que sean contradictorios con lo publicado por Emily Rosa. Son opiniones que, como es habitual en la especie humana, se toman como hechos cuando coinciden con la ideas previas de cada lector.

Otra controversia curiosa que provocó el artículo de Emily Rosa, nos la cuenta Larry Sarner, cofirmante de la publicación original. Tuvo tanta repercusión en todos los medios de Estados Unidos, incluyendo grandes periódicos, radio, cadenas nacionales de televisión y las redes sociales, todavía incipientes, que un seguidor del toque terapéutico escribió, y así inició una controversia típicamente conspiranoica, que el Emily Event, así lo llamó, tenía que ser, necesariamente, una conspiración diabólica de los Grandes Medios, la Gran Ciencia, la Gran Medicina y las Grandes Empresas Farmacéuticas.

Con esta publicación y los debates que generó, muchas instituciones académicas y sanitarias eliminaron el toque terapéutico de sus programas de enseñanza y de su uso con los pacientes. Pero otros, después de enconados debates, decidieron mantenerlos y algunos con argumentos por lo menos curiosos. Por ejemplo, un centro médico de Kansas lo justificó, declaró, por razones de física cuántica y, también, por la filosofía espiritual de Florence Nightingale.

Dos décadas después los debates sobre las pseudoterapias siguen en el mismo punto. David Gorski, de la Universidad Estatal de Wayne, y Steven Novella, de la Universidad de Yale, publicaron en 2014 una demanda para terminar con las pruebas clínicas basadas en pseudoterapias porque se había demostrado que no tienen ninguna base científica. Su petición se centraba, sobre todo, en la homeopatía y en el toque terapéutico. Comentaron que hay escasez de fondos, personal y tiempo para los estudios con técnicas y métodos que tienen una base científica probada en estudios previos, como para dedicarlos a lo que no tiene ninguna evidencia que lo apoye. Incluso cuando se han realizado esas pruebas clínicas y los resultados han sido negativos no han llevado a su eliminación en la práctica sanitaria. Es lo que ocurrió con el experimento de Emily Rosa: no hay evidencia científica que apoye su uso, pero se sigue aplicando.

Años más tarde, en 2009, Emily Rosa se graduó en Psicología en la Universidad de Colorado en Denver y ahora, con 32 años, ejerce su profesión.

Referencias

Sobre el autor

Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

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