Gertrudis de la Fuente, la pionera de la bioquímica que se empeñó en estudiar a pesar de todo

Vidas científicas

En 1942, Gertrudis de la Fuente terminaba sus estudios de bachillerato. Nacida en 1921, en ese momento era siete años mayor que el resto de sus compañeros. Varias cosas habían retrasado los estudios de Gertrudis. Para empezar, aunque nacida en Madrid, siendo ella pequeña su familia se había trasladado a Estación Arroyo-Malpartida, en Cáceres, debido al trabajo de su padre que era ferroviario. En aquella época, en un entorno rural como aquel, que las mujeres estudiasen más allá de la educación básica era infrecuente e incluso estaba mal visto.

A Gertrudis, la limitada educación que se daba a las niñas no le era suficiente. Todo lo leía y le interesaba. Durante un breve periodo de tiempo la incluyeron en las clases de los niños, donde se profundizaba más en muchas materias, especialmente en la lectura de ciencia y en las matemáticas, algo que ella disfrutaba. Pero aquel arreglo no duró: tenía que soportar impertinencias y comentarios soeces de sus compañeros, lo que la obligaba a sentarse separada y sola en un pupitre junto al del maestro, lo cual solo acentuaba su diferencia respecto a los demás alumnos. Ella misma lo relata en el documental Gertrudis (la mujer que no enterró sus talentos): «los chicos me hicieron la vida imposible».

Sin embargo, Gertrudis contaba con el apoyo de su familia. «La clase obrera fue la cuna de Gertrudis de la Fuente, pero precisamente del sector más emblemático del proceso de modernización española, hija de un ferroviario, el obrero más concienciado y con mayores afanes de superación de aquellas décadas iniciales del siglo XX», explica Juan Ignacio Martínez Pastor en su artículo Género y clase en la biografía de una científica de élite, que explica cómo esta mujer llegó a convertirse en una de las científicas españolas más representativas de su época. Su madre, aunque se dedicaba en exclusiva a la casa y a la crianza de sus hijos, tenía estudios por encima de la media femenina de la época: sabía leer, escribir y hacer cuentas. Aunque probablemente la mayor influencia familiar de Gertrudis fuese su abuelo Pedro: masón, ateo, librepensador y amante del progreso, inculcó su visión del mundo en su nieta y ella le recordaría siempre.

Aun con el apoyo de su familia, Gertrudis tuvo que esperar a la jubilación de su padre en 1935 para que su familia volviese a Madrid y así retomar el estudio. Poco después fue la Guerra Civil la que interrumpió el curso normal de sus estudios. Por eso no fue hasta los 21 años cuando consiguió su ansiado título de bachillerato.

Con él en la mano siguió estudiando y en 1948 se licenció en Ciencias Químicas por la Universidad Complutense de Madrid. Fue aquí donde escuchó por primera vez, de boca del catedrático de Química Orgánica Manuel Lora Tamayo, hablar de la bioquímica, una nueva rama de la ciencia que enseguida despertó un gran interés en ella. En 1955 se doctoraba en la Facultad de Farmacia de la Complutense bajo la dirección de Ángel Santos Ruiz, por entonces el único catedrático de Bioquímica de toda España. Parte de su trabajo de doctorado se publicó en la revista Nature, con lo que se convirtió en una de las primeras mujeres españolas en publicar en esta revista.

Invitado por Santos Ruiz, Alberto Sols, bioquímico español recién regresado de Estados Unidos, acudió a la facultad a impartir un seminario. Fue esta charla lo que unió a Gertrudis irrevocablemente con la bioquímica. Le pidió trabajar con él y tras terminar su tesis se incorporó al incipiente grupo de Sols, que por entonces era apenas un sótano destartalado en la Facultad de Medicina de la Complutense. Toda su trayectoria profesional se desarrollaría desde entonces como parte de ese grupo, primera semilla de la investigación bioquímica en nuestro país.

Como bioquímica, el trabajo de Gertrudis consistió en estudiar cómo las reacciones de las diferentes sustancias que se encuentran en el organismo afectan a su correcto funcionamiento y su salud. Su investigación inicial se orientó a analizar el transporte de azúcares en la levadura, y los mecanismos de catálisis enzimático y sus problemas en el metabolismo de los carbohidratos, necesario para proporcionar a nuestro cuerpo la energía que precisa para funcionar.

Captura de pantalla del cortometraje Gertrudis (la mujer que no enterró sus talentos).

Gracias a sus conocimientos, sabía que la bioquímica debía formar parte de los estudios de Medicina, ya que la presencia o ausencia de determinadas enzimas era una forma eficaz de diagnosticar muchas enfermedades, así que no solo insistió en que se incluyese en cursos y asignaturas, sino que también colaboró para desarrollar distintos sistemas de diagnóstico que empezaron a utilizarse como parte de la práctica clínica.

En 1956, Gertrudis consiguió por oposición una plaza de colaboradora en el CSIC; en 1960 obtuvo la plaza de investigadora y en 1962 la de profesora de investigación. En 1970, el grupo entero, constituido como el Instituto de Enzimología del CSIC se trasladaba a la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, de donde la hicieron catedrática ad honorem.

Uno de sus últimos trabajos es quizá también uno de los momentos más trágicos para la ciencia en la historia reciente de nuestro país: en 1981, Gertrudis se encargó de coordinar la investigación en torno al síndrome tóxico del aceite de colza. Ese mismo año se había producido una intoxicación masiva en España que afectó a unas 20 000 personas y causó la muerte de unas 1 100, así que se organizó una comisión científica que durante unos cuarenta días analizó distintas hipótesis sobre la fuente de la intoxicación.

Finalmente se concluyó que el origen estaba en una partida de aceite de colza desnaturalizado con fines industriales que había terminado por error en el mercado para el consumo humano. Tras este trabajo, formó parte de la Comisión Asesora para la Investigación Científica y Técnica desde el área de la toxicología.

Falleció en 2017 a los 95 años, y los que la conocieron recordaron entonces su sabiduría y la generosidad con la que la compartía, así como su conciencia política «activa y serena, y al día de los problemas sociales, las desigualdades y las mujeres, sobre lo que se manifestaba con claridad», explica María Jesús Santesmases, del Instituto de Filosofía del CSIC.

Y efectivamente, se la puede escuchar diciendo cosas como la siguiente: «La mujer que trabaja y además tiene un bebé es una verdadera mártir, y eso no se soluciona solamente con la igualdad de derechos, sino con los derechos que le corresponden a una guardiana de la continuidad de la especie sobre la que gravita la responsabilidad de que los niños nazcan sanos y sean felices y buenos ciudadanos».

Referencias

Sobre la autora

Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista.

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