Las hermanas Fernández de la Vega, un ejemplo del XX para el XXI

Vidas científicas

Hace solo unos días un grupo de alumnos de ESO del Instituto Samuel Gili y Gaya, de Lleida, coparon titulares por su arrojo y civismo. Al escuchar cómo uno de sus profesores –el de Filosofía, para más inri– comparaba a los homosexuales con los “cojos o tuertos”, los jóvenes decidieron levantarse de sus pupitres y abandonar el aula. “Es antinatural”, espetó el (in)d(e)ocente ante el estupor de sus pupilos. El episodio no es muy distinto a otro que se vivió en la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) a principios del siglo XX. Entonces las víctimas y las heroínas que se sobrepusieron a la intolerancia tenían nombre propio: las gemelas Fernández de la Vega Lombán. Estudiantes excepcionales, Jimena y Elisa ingresaron en la USC en el curso 1913-14 como alumnas de enseñanza oficial no colegiada. Su determinación era formarse como médicas –siguiendo así los pasos de su padre, Wenceslao Fernández de la Vega Pasarín– y persiguiéndolo se convirtieron en las primeras licenciadas en Galicia. Solo tres años antes, el 8 de marzo de 1910, el Gobierno había promulgado el Real Decreto que daba carpetazo a la absurda norma que prohibía a las mujeres acceder a la enseñanza universitaria. De Emilia Pardo Bazán se cuenta, por ejemplo, que para burlar ese veto llegó colarse en las clases de Derecho de la Universidad de Madrid disfrazada de hombre. Como acaba de ocurrir con el profesor de Lleida, sin embargo, no todas las mentes estuvieron a la altura del avance de 1910. Una salida de tono de un profesor llevó a Elisa y Jimena a levantarse en plena clase, abandonar el aula y tomar la decisión de examinarse por libre. Su valentía obligó al avergonzado académico a echar mano de varios compañeros de las gemelas para que intercediesen y, finalmente, a pedirles disculpas. Como ese episodio se cuentan otros muchos: burlas e improperios en los pasillos de la facultad o incluso la reticencia de un docente de Anatomía a que las hermanas viesen hombres desnudos.

Busto de Nóvoa en la Facultad Medicina de la Universidad
Santiago de Compostela, obra de Francisco Asorey, 1961.

La estela de las hermanas Fernández de la Vega no se apagó con su entrada en la universidad. Al igual que ya habían hecho como bachilleres en el Instituto de Lugo, donde obtuvieron notas excepcionales –en el examen final Jimena logró el premio extraordinario en las secciones de Letras y Ciencias y Elisa en esta última rama–, las dos gemelas destacaron por sus buenas calificaciones en la Universidad de Santiago. En 1919 ambas aprobaron con sobresaliente sus exámenes finales de Medicina, con matrículas de honor incluidas. Jimena incluso se alzó con el Premio Extraordinario al acabar la carrera. Como recuerda el profesor Ricardo Gurriarán, “la hazaña de estas dos mujeres culminando los estudios de Medicina obtuvo una recompensa oficial: la concesión de la gran Cruz de Alfonso XII por méritos académicos”. Las dos jóvenes fueron discípulas del prestigioso médico Roberto Nóvoa Santos y prueba de su talla intelectual es que –todavía siendo estudiantes– publicaron dos trabajos experimentales bajo su dirección: “Sobre la presencia de granulaciones grasientas en la sangre” y “Somero estudio fisio-patológico del cerebelo”. Con esa trayectoria a sus espaldas no es de extrañar que, ya licenciadas, ambas hermanas se trasladasen a Madrid para doctorarse. Allí sus notas volvieron a despuntar. Jimena desarrolló la tesis “Herencia mendeliana y su aplicación a la química”, con la guía de Nóvoa, que era catedrático de Patología General en la Universidad Central de Madrid –la hoy conocida como Complutense– y una de las eminencias de la medicina española del siglo XX. El trabajo de Elisa se tituló “Flagotenia del asma anafiláctico alimenticio” y estuvo dirigido por Teófilo Hernando, catedrático de Terapéutica. En su laboratorio, Elisa realizó otros trabajos de investigación, como “El poder antitúpsico del suero”. Ambas hermanas, que habían nacido en 1895 en Veiga de Ribadeo –Vegadeo, en la actualidad–, terminan así trabajando con algunos de los grandes galenos de su tiempo.

A partir de ese momento los caminos de Elisa y Jimena empiezan a discurrir por sendas distintas. La primera opta por especializarse en Pediatría con el catedrático Enrique Suñer. Jimena centra su atención en el campo de la Genética. Con la intención de ampliar sus conocimientos en el extranjero, a principios de los años 20 las dos logran que la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE) les apruebe sendas bolsas de estudios. Jimena la usa para iniciar una larga y provechosa carrera investigadora por diversos países de Europa. Elisa –a quien se le otorga una ayuda para proseguir sus estudios en Pediatría en Berlín durante un año– opta sin embargo por quedarse en España. En Madrid empieza a trabajar en el Hospital Niño Jesús a las órdenes del prestigioso especialista en Pediatría Santiago Cavengt. Y poco después, en 1925, se casa con Gumersindo Sánchez Guisande, antiguo compañero de la Facultad de Medicina de Santiago de Compostela y reconocido anatomista. Con él se muda primero a Sevilla y años después a Zaragoza, ciudades en las que Sánchez Guisande ocupó cátedras de Anatomía. Elisa no abandonó su actividad intelectual en ningún momento. Compaginó el cuidado de los tres hijos fruto del matrimonio con las clases que daba en la universidad, sus consultas en casa, la escritura de artículos –firmados con el seudónimo “Zoraide”–, la elaboración de manuales, conferencias… Incluso llegó a fundar un albergue para ayudar a indigentes. La muerte truncó esa vitalidad y energía excepcionales cuando contaba apenas 37 años: a finales de noviembre de 1933 moría por una neumonía atípica que –cuentan– ella misma se diagnosticó. Tres años después el estallido de la Guerra Civil obligó a su marido, que además de destacado anatomista era un republicano con fuertes convicciones sociales, a exiliarse a Buenos Aires. Allí, íntimo amigo del insigne intelectual de Rianxo Alfonso Rodríguez Castelao, llegó a ser nombrado en 1949 catedrático en la Universidad de Cuyo, en Mendoza. En su libro Ciencia y Conciencia na Universidade de Santiago, Gurriarán reivindica la trayectoria de Elisa como “un hito en la historia de la mujer y la medicina”.

Retrato de Jimena Fernández de la Vega. Fundación
Española para la Ciencia y la Tecnología, Eulogia Merle.

Los pasos de Jimena transcurrieron por otros derroteros. A principios de los años 20 la JAE le otorga una beca para ir a Alemania, Suiza y Australia, donde amplía sus estudios de Genética Experimental entre 1925 y 1927. Durante ese período se codeó con algunos de los académicos más destacados de la Europa coetánea. En Berlín trabajó en biometría con Friedrich Kraus y Theodor Brugsh. En Hamburgo, donde permaneció un año, abarcó las técnicas de genética mendeliana con Hermann Poll. Más tarde, con Julius Bauer, analizó los aspectos constitucionales de la herencia en Viena. A la joven médica le dio tiempo también a visitar Italia. En el prólogo que escribió para uno de los libros de la antigua estudiante de Santiago, el ilustre Gregorio Marañón la describe como una “fina discípula de Pittaluga y de Nóvoa Santos”. “Pasó luego largos años en Viena y en Génova, al lado de J. Bauer y N. Pendes”, relata el intelectual madrileño. Tras regresar a España, la genetista publicó artículos de divulgación, organizó conferencias y tradujo monografías con las que contribuyó a que llegasen a España algunas de las teorías científicas más modernas que se estaban cocinando en el resto de Europa. En mitad de esa trayectoria 1933 sobresale como un año aciago: en menos de doce meses fallecen su gemela, Elisa, y su mentor Nóvoa Santos, quien tanto la había apoyado. Ese mismo año se funda la Sección de Genética y Constitución de la Facultad de Medicina de Madrid, que Jimena pasa a dirigir. Aunque la joven decide viajar a Alemania con el fin de actualizar los conocimientos necesarios para ponerse al frente del departamento, en la práctica este nunca llegará a despegar: su asignación de fondos es escasa y falta personal, lo que acabó reduciéndolo a un seminario teórico. Poco después –como recuerda Raquel Álvarez Peláez– Gregorio Marañón le dará la oportunidad de dictar cursos de herencia y genética humana en su cátedra. Fruto de esa experiencia es el libro “La herencia fisiopatológica en la especie humana”, editado en 1935. Poco antes, en el 30, su currículo se había visto ensanchado al recibir el premio Abaytúa de la Academia Médico-Quirúrgica por una de sus investigaciones.

El 36 vuelve a ser otro año triste. El estallido de la Guerra Civil el 17 de julio sacude España y, casi en la misma medida, la trayectoria profesional y vital de Jimena. Tras una breve estancia en Madrid, se traslada a Santiago de Compostela, donde ejerce como médico en el HM de San Caetano. Allí, cuidando a los soldados heridos en el frente, demuestra que sus habilidades como médica están a la altura de su erudición teórica como genetista. Según apunta Gurriarán, su hermano, Virgilio, abogado y diputado portelista de Lugo, fue sometido a depuración tras la contienda. Durante este período Jimena se hace cargo también de sus sobrinos al tener que exiliarse su cuñado a Sudamérica. Ya en 1945, con 55 años y tras aprobar la oposición para el cuerpo de Baños, la galena se incorpora al Balneario de Guitiriz (Lugo) –el mismo en el que su padre había ejercido de director–, para estar cerca de su progenitora. Cuando esta fallece irá trasladándose a los balnearios de Montemayor (Cáceres), Cestona (Guipúzcoa) y finalmente a Lanjarón (Granada), donde se jubiló. Durante esta etapa no dejó de publicar, tanto sobre Hidrología como Herencia molecular. Falleció en un sanatorio de Santiago, en 1984, debido a una enfermedad cerebrovascular.

Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago de Compostela.

Hubo que esperar a 1996, más de seis décadas después del fallecimiento de Elisa y doce después del de Jimena, para que la Universidad de Santiago de Compostela –con motivo del 500 aniversario de la institución– les dedicase un vítor. En el 97 el Ayuntamiento de Vegadeo las homenajeó con una calle y en 2006 la universidad compostelana dio su nombre a la sede de su vicerrectorado de estudiantes. A este último acto acudió la entonces vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, sobrina de las pioneras que casi un siglo antes habían roto moldes en la ciencia.

Bibliografía

Sobre el autor

Carlos Prego Meleiro (@CarlosPrego1) es redactor en Faro de Vigo. Colabora con las webs de divulgación Acercaciencia y E-Ciencia.

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